
Con una vida dedicada a la docencia y al arte, María Dagatti de Assenza desanda el largo camino de compromiso y vocación que la ubicó en el lugar de las personalidades destacadas de la educación. Hoy recibía el Premio Maestro 2010.
Luciano Andreychuk
landreychuk@ellitoral.com
3 de Noviembre de 1962: “Señorita María Assenza: Me veo en la obligación de agradecerle a usted, y a nadie más que usted, este progreso que ha experimentado mi hijo, y, como yo, somos varias las madres que opinamos que usted tiene clara conciencia de su responsabilidad pedagógica, no sólo en el ámbito psicológico sino también moral, faceta que sólo se ve en una docente como usted que sale de su círculo para convertirse en maestra-madre”. A la carta la firma a pulso agradecido la mamá de un ex alumno.
A María Bárbara Dagatti de Assenza se la puede encontrar hoy reposando en su pequeña y sencilla casa cercana al Colegio El Calvario. Está a gusto allí, entre decenas de muestras de gratitud y reconocimiento a su labor como maestra de grado: cartas, plaquetas, diplomas, recortes de diarios en su nombre... Atesora y honra esos registros de su obra en el sabio silencio y la íntima privacidad propia de la vejez, de su débil pero contenida vejez, de su vejez bien merecida.
Hasta los 75 años se dedicó a una de las misiones más nobles que puede emprender una persona: educar a otros. Cumplió 80 en marzo pasado, y aún hoy ex alumnos suyos que viven en el exterior, toda vez que vuelven a Santa Fe, pasan a saludarla. “Hay uno que está en Israel, otra en Australia; siempre que vienen a la capital se dan una vuelta por aquí. Son como hijos míos que abrieron sus alas y volaron”, dice María, orgullosa. María, la maestra-madre, la misma que esta tarde recibía el premio Maestro 2010, otorgado por el Instituto Sarmientino de Santa Fe y Amsafe la Capital.
Ahora se reclina dificultosamente en la sillón. Acomoda despacio su pelo blanquísimo, casi traslúcido, y vuelve a posar las manos sobre el regazo, muy lentamente, como si fuesen dos hojas descendiendo al suelo en un día sin viento. Hace mucho que las celeridades del reloj, tan propias de la modernidad, dejaron de ser para ella un deber o una preocupación.
Infancia y vocación
María nació en 1930 en la localidad de Soledad, departamento San Cristóbal. Pasó su infancia aquí en Santa Fe, traída por su familia. Completó la primaria en la Escuela Beleno y la secundaria en el Colegio Nuestra Señora del Calvario. La docencia la esperaba. Muy joven retornó a su pueblo natal “para derramar en los niños todo lo que había volcado en mí la señora Eudelia Giordano, mi gran maestra”, dice, exhalando una honda nostalgia. Vuelve a su mente un borroso y tierno recuerdo. El sentimiento la asalta. Calla, y enjuga la humedad que esa emoción le dejó en los ojos.
Comienza a dar los primeros pasos de su carrera docente en la escuela Mariano Moreno “con un fervor extraordinario”, describe. Ella misma escribió el himno escolar de esa institución. Con el tiempo decidió volver a la capital, y empezó a trabajar en la Escuela Nº 38. “Yo me iba a la casa de los alumnos después de clases, para ayudar a aquellos que tenían dificultades -rememora-. Cuando alguno estaba enfermo yo le llevaba todo lo que se había hecho en el aula, para que no deje de aprender... Era como dar una segunda clase. Yo creía en mis alumnos, y trataba de devolverles la confianza en sí mismos. Mi vocación me llevaba a ser, además de maestra, un poco madre también”, confiesa la educadora. Luego de la escuela Nº 38, va a dar clases a la escuela Beleno. Allí también creará el himno escolar.
María ya está un poco cansada: hablar la agota. Su hija, María Inés, quien la acompañó en todo momento con ese amor que sólo entienden los que saben amar desde la más pura incondicionalidad, comienza a orientarla en su retrospectiva, la lleva de la mano por su laberinto de recuerdos. “Mamá, contá un poquito del taller literario que creaste”, le pide cariñosamente.
El taller José Pedroni
30 de septiembre de 1982: “María: ¡Si hasta el nombre es dulce! (...) Desde el día que mis hijos concurrieron al taller y a través de sus comentarios vivimos el “mundo de María’, entramos al maravilloso universo del niño, del color de la belleza, del amor, de la sencillez, de la música. (...) Queremos hacerle llegar nuestro cariñoso saludo”. Firma: María Esther de Ayala, mamá de dos ex alumnas.
Era la década del “60. María Assenza se especializa luego en el área de lengua y expresión y así, tras años de incansable labor educativa, descubre su pasión por el arte en tres de sus expresiones: música, pintura y literatura. De esa segunda vocación nacería el taller literario José Pedroni, para niños y adolescentes. Pintura, poesía y cuentos, música, todo podía combinarse. Sólo era cuestión de dejar volar la imaginación y crear.
Se jubila de la docencia a los 55 y se dedica de lleno al taller literario, que nace en el espacio de la Biblioteca Pedagógica y luego rota en varios lugares prestados, hasta que termina en su propio hogar, que se denominó La Casa de los Duendes del Arte. El taller era auspiciado por la Asociación Santafesina de Escritores (Asde). Duró 25 años.
“Yo siempre estuve convencida de que los chicos tienen un mundo de riqueza interior, de color, de música; sólo es cuestión de ayudarlos a descubrir sus propias alas, para que se eleven hacia vuelos infinitos”, dice. “Es poco lo que les podría decir a las maestras que vienen...”. Quizá por humildad, María Assenza no quiere decirles a las nuevas generaciones de educadores cómo afrontar el oficio de enseñar. Pero la prédica de su ejemplo es el mejor mensaje.
/// SUS PREMIOS
Distinciones recibidas
María Assenza recibió numerosas distinciones, entre las que se destacan: Premio Alfonsina Storni (Asociación Mujeres Profesionales), 1989; Premio Alicia M. De Justo. Una Actitud de vida, 1988; Ciudadana Destacada, Municipalidad de Santa Fe, 1998; Premio a la Trayectoria, UNL, 2004, entre otros. Asimismo, publicó varias obras literarias.
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